Ciencia y Filosofía
1. El porqué de la filosofía
Quizá la filosofía interese a unos pocos, la cuestión es que tarde o temprano necesitarán descubrirla, en un sentido u otro.
Quizá la filosofía interese a unos pocos, la cuestión es que tarde o temprano necesitarán descubrirla, en un sentido u otro.
¿Quién sabe de
verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad?
En el fondo los
filósofos, se empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo
reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada», Si no sabe nada, ¿para qué
vamos a escucharlo? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no
de los que no saben; sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado
tanto y sabemos cómo funcionan la mayoría de las cosas. Así pues, en la época
actual, la del microchip, del acelerador de partículas, el reino de Internet,
la televisión digital... ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La
única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente
ofrecido el propio Sócrates: ninguna.
Nos informan las
ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de
televisión…, pero no hay información «filosófica», y la filosofía es
incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Pero ¿es
información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo
que nos rodea?
Supongamos que
recibimos una noticia cualquiera, por ejemplo: x número de
personas muere diariamente de hambre en el mundo; nosotros, recibida la
información, nos preguntamos ¿qué está ocurriendo? Recabaremos opiniones,
algunas nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo
macroeconómico global, otras de la superpoblación del planeta, algunos clamarán
contra el injusto reparto de los bienes entre poseedores y desposeídos, o
invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará quien
cándidamente, comente: «¡En qué mundo vivimos!» Entonces, como un eco, nos
preguntamos: ¿en qué mundo vivimos?»
No nos
conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos
precisamente en un mundo en el que x personas mueren
diariamente de hambre», «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito
por Dios a causa de los pecados humanos». No queremos más información
sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que
tenemos, cómo debemos interpretada y relacionarla con
otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone toda ella en la
consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos
comportarnos en la situación así establecida. Estas son, precisamente preguntas
a las que atiende la filosofía. Digamos:
a) la información, que nos presenta los hechos y
los mecanismos primarios de lo que sucede,
b) el conocimiento, que reflexiona sobre la
información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca
principios generales para ordenarla,
c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con
las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo
vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
Creo que la
ciencia se mueve entre el nivel a y
el b de conocimiento, mientras la
filosofía opera entre el b y el c. Así que no hay información
propiamente filosófica, pero sí conocimiento filosófico, lo ideal sería llegar
a la sabiduría filosófica ¿Es posible lograr y enseñar tal cosa?
Intentemos precisar la diferencia entre ciencia y
filosofía.
Lo primero que salta a la
vista no es lo que las distingue sino lo que las asemeja: tanto la ciencia como
la filosofía intentan contestar preguntas suscitadas por la realidad. De hecho,
en sus orígenes, ciencia y filosofía estuvieron unidas y sólo a lo largo de los
siglos la física, la química, la astronomía o la psicología se fueron
independizando de su común matriz filosófica.
En la
actualidad, las ciencias pretenden explicar cómo están hechas las cosas y cómo
funcionan, mientras que la filosofía se centra más bien en lo que significan
para nosotros; la ciencia debe adoptar el punto de vista impersonal para hablar
sobre todos los temas (incluso cuando estudia a las personas mismas), mientras
que la filosofía siempre permanece consciente de que el conocimiento tiene
necesariamente un sujeto, un protagonista humano. La ciencia aspira a conocer
lo que hay y lo que sucede; la filosofía se pone a reflexionar sobre cómo
cuenta para nosotros lo que sabemos que sucede y lo que hay.
La
ciencia multiplica las perspectivas y las áreas de conocimiento, es decir,
fragmenta y especializa el saber; la filosofía se empeña en relacionarlo todo,
con todo lo demás, intentando enmarcar los saberes en un panorama teórico que
sobrevuele la diversidad desde esa aventura unitaria que es pensar, o sea, ser
humanos. La ciencia desmonta las apariencias de lo real en
elementos teóricos invisibles, ondulatorios o corpusculares, matematizables, en
elementos abstractos inadvertidos; sin ignorar ni desdeñar ese análisis, la
filosofía rescata la realidad humanamente vital de lo aparente, en la que
transcurre la peripecia de nuestra existencia concreta (v. gr. la
ciencia nos revela que los árboles y las mesas están compuestos de electrones,
neutrones, etc., pero la filosofía, sin minimizar esa revelación, nos devuelve
a una realidad humana entre árboles y mesas). La ciencia busca saberes y
no meras suposiciones; la filosofía quiere saber lo que supone para nosotros el
conjunto de nuestros saberes... y si son verdaderos saberes o ignorancias
disfrazadas. Porque la filosofía suele preguntarse principalmente sobre
cuestiones que los científicos (y por supuesto la gente corriente) dan ya por
supuestas o evidentes.
Un historiador
se preguntará qué sucedió en tal momento del pasado, un filósofo preguntará:
¿qué es el tiempo? Un matemático investiga las relaciones entre los números,
pero un filósofo indagará: ¿qué es un número? Un físico se preguntará de qué
están hechos los átomos o qué explica la gravedad, pero un filósofo preguntará:
¿Cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes? Un psicólogo puede
investigar cómo los niños aprenden un lenguaje, pero un filósofo preguntará:
¿por qué una palabra significa algo? Cualquiera puede preguntarse si está mal
colarse en el cine sin pagar, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una acción
es buena o mala?
En cualquier
caso, tanto las ciencias como la filosofía contestan a preguntas suscitadas por
lo real. A tales preguntas las ciencias brindan soluciones, es
decir, contestaciones que satisfacen de tal modo la cuestión planteada que la
anulan y disuelven. Si una contestación científica funciona como tal ya no
tiene sentido insistir en la pregunta, deja de ser interesante. En cambio, la
filosofía no brinda ‘soluciones’ sólo respuestas, que no anulan las preguntas,
y nos permiten convivir racionalmente con ellas, aunque sigamos planteándolas
una y otra vez; por muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta
que inquiere sobre qué es la justicia o qué es tiempo, nunca dejaremos de
preguntamos por el tiempo y la justicia.
Las respuestas
filosóficas cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos
ayudan a seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor, humanizamos en la convivencia
perpetua con la interrogación. Porque, ¿qué es el hombre sino el animal que
pregunta y que seguirá preguntando más allá de cualquier respuesta imaginable?
Hay preguntas
que admiten solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la
ciencia; otras creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente
solucionadas y responderlas -siempre insatisfactoriamente- es el empeño de la
filosofía. Históricamente ha sucedido que algunas preguntas empezaron siendo
competencia de la filosofía -la naturaleza, el movimiento de los astros, y
luego pasaron a recibir solución científica, tratadas desde nuevas perspectivas
científicas, estimuladas por dudas filosóficas (el paso de la geometría
euclidiana a las geometrías no euclidianas, por ejemplo).
Deslindar qué
preguntas parecen hoy pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de
las tareas críticas más importantes de los filósofos... y de los científicos.
De lo único que podemos estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la
filosofía carecerán de preguntas a las que intentar responder...
Pero hay otra
diferencia importante entre ciencia y filosofía. Un científico puede utilizar
las soluciones halladas por científicos anteriores sin necesidad de recorrer
por sí mismo todos los razonamientos, cálculos y experimentos que llevaron a
descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con
aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento
incontrovertible: ninguna respuesta filosófica será válida para él si no vuelve
a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus antecesores o intenta otro
nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar
personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser
pensado individualmente por cada cual, aunque parta de una muy rica tradición
intelectual. Los logros de la ciencia están a disposición de quien quiera
consultarlos, leerlos de la filosofía sólo sirven a quien se decide a
meditarlos por sí mismo.
Una vida sin
examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen
para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece
la pena de vivirse. O sea que la filosofía,
antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse
perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué
no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber
pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute
para no tener que pensar. Aún más importante que establecer conocimientos
es ser capaz de criticar con argumentos, antes de saber por qué afirma lo que
afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los
demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa,
defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y
aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que
acepte no saber, pero conoce al menos su ignorancia.
¿Enseñar a filosofar
aun cuando todo el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y
prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble
resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es
humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra
dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud
que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de
ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que
necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?
Aceptemos que
hay que intentar enseñar filosofía o, mejor, a filosofar. ¿Cómo hacerlo? No
puede ser sino una invitación a que cada cual filosofe por sí mismo.
Texto
fundamentado en: “Las preguntas de la vida”, Fernando Savater. Editorial
Ariel. 1999. págs. 15 - 26.
2.
Física Cuántica y
Filosofía
Debate sobre la naturaleza de la
realidad
La película documental
¿Y Tú qué sabes? - What
The Bleep Do We Know? -
Plantea un interesante debate
filosófico y científico.
Constituye un nuevo intento por
acercar al gran público las cuestiones sobre las que se está planteando una
profunda revolución cultural, surgida de los conocimientos sobre las partículas
elementales, englobados en lo que ha dado en llamarse la Física Cuántica.
La Física Cuántica, tal como explicamos en otro artículo, es una manera de describir el mundo. Su campo de actuación es el de las partículas elementales, que se desenvuelven de manera misteriosa para la percepción ordinaria, ajenas a las leyes de los objetos físicos, dando lugar a diferentes interpretaciones.
Dudas de realidad
La revolución cultural que se deriva de estos conocimientos tiene que ver, sobre todo, con la naturaleza de la realidad. La tesis de la película es que la realidad se reduce a la percepción y que la percepción (a la que llamamos realidad) se forma por el efecto combinado de creencias, pensamientos y emociones.
La Física Cuántica, tal como explicamos en otro artículo, es una manera de describir el mundo. Su campo de actuación es el de las partículas elementales, que se desenvuelven de manera misteriosa para la percepción ordinaria, ajenas a las leyes de los objetos físicos, dando lugar a diferentes interpretaciones.
Dudas de realidad
La revolución cultural que se deriva de estos conocimientos tiene que ver, sobre todo, con la naturaleza de la realidad. La tesis de la película es que la realidad se reduce a la percepción y que la percepción (a la que llamamos realidad) se forma por el efecto combinado de creencias, pensamientos y emociones.
La consecuencia de esta tesis es que el sujeto es el artífice último de lo real y que, cuando descubrimos la estrecha relación entre el mundo interno de las personas y lo que acontece en su entorno, alcanzamos la capacidad de alterar la realidad, una de las más antiguas aspiraciones humanas.
El argumento sobre la estructura cuántica de la realidad se completa en la película con recientes descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro, capaz de reaccionar de la misma forma tanto respecto a un objeto real como a otro imaginario, siempre que una emoción esté asociada a estos procesos.
Este descubrimiento lleva a los protagonistas a proponer una mayor atención a los procesos de pensamiento y a la profundización en las emociones, al considerar que una revisión profunda del interior humano puede ayudar a comprender mejor el mundo que nos rodea y a hacerlo más habitable y confortable. Y, sobre todo, mucho más feliz.
La película está articulada en torno a una protagonista que busca sentido a su vida, a la que acompañan en su experiencia una serie de expertos de diferentes disciplinas: física, neurología, psiquiatría, filosofía, medicina, biología, teología, explicando conocimientos relativos a la experiencia de la protagonista, Amanda (Marlee Matlin).
Los argumentos que los diferentes expertos exponen en la película están documentados en muchos casos, pero en otros aspectos son más débiles. La fragilidad de algunas de las exposiciones de la película está bien recogida en un artículo de Wikipedia. Además, según Popular Science, uno de los expertos entrevistados, David Albert, profesor en la U. de Columbia, considera que las declaraciones suyas que aparecen en la película son incompletas y que están distorsionadas.
La prueba del acierto se observa en el inesperado éxito obtenido en las salas comerciales de Estados Unidos y en el hecho de que, antes de llegar a las grandes pantallas de España, ha estado circulando casi clandestinamente por países latinoamericanos y regiones españolas, aglutinando foros de reflexión “sobre física cuántica” a partir de esta película.
La Física Cuántica, de esta forma, se está poniendo de moda, con todo lo bueno y lo malo que eso supone: despertar el interés por una disciplina científica es positivo, pero reducirla a una tertulia de salón y convertirla casi en una religión capaz de resolverlo prácticamente todo, es algo que no tiene nada que ver con la ciencia.
Telón de fondo
En cualquier caso,
lo cierto es que la película evoca un importante debate filosófico y científico
que se remonta al Siglo IV antes de Cristo, cuando Platón señaló con el mito de la caverna que no
conocemos la realidad, sino las sombras que el mundo refleja en las paredes de
la caverna en la que estamos encerrados.
En 1781 Kant especula con que sólo podemos conocer a través de modelos de realidad, innatos en nosotros, que son sólo una tenue representación del mundo real, por lo demás inaccesible al conocimiento. A su vez, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las apariencias materiales es la voluntad y que la realidad última es una voluntad universal.
En 1781 Kant especula con que sólo podemos conocer a través de modelos de realidad, innatos en nosotros, que son sólo una tenue representación del mundo real, por lo demás inaccesible al conocimiento. A su vez, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las apariencias materiales es la voluntad y que la realidad última es una voluntad universal.
Más de cien años después, Einstein descubre, ya sobre bases científicas, que el mundo real no coincide siempre con nuestras estructuras mentales, ya que, a partir del conocimiento de las partículas elementales, hemos descubierto que lo que sabemos del mundo objetivo es muy diferente de las ideas que tenemos sobre ese mismo mundo.
En realidad este es
el punto de partida de la película, que recupera el papel del sujeto
(observador en el lenguaje de la Física) en la construcción de la realidad
planteado por la teoría cuántica: en 1984, John Wheeler y Wojcieck Zurek, en su
obra Quantum Theory and Measurement, señalaron
que son necesarios los observadores para dar existencia al mundo.
Aunque más tarde el físico alemán Dieter Zeh cuestionara esta hipótesis con su propuesta de los procesos de decoherencia para explicar los mecanismos de formación de la realidad, el debate sobre el papel del observador en el mundo no ha concluido.
La neurología ha venido a arrojar nueva luz al señalar que el cerebro nos ofrece, no un reflejo de la realidad, sino una interpretación de señales, símbolos y signos a través de un complicado ejercicio vertiginoso de matemáticas complejas, lo que aparentemente reduce la naturaleza de la realidad a un conjunto de ondas electromagnéticas que se concretan en objetos por mediación del cerebro.
Aunque más tarde el físico alemán Dieter Zeh cuestionara esta hipótesis con su propuesta de los procesos de decoherencia para explicar los mecanismos de formación de la realidad, el debate sobre el papel del observador en el mundo no ha concluido.
La neurología ha venido a arrojar nueva luz al señalar que el cerebro nos ofrece, no un reflejo de la realidad, sino una interpretación de señales, símbolos y signos a través de un complicado ejercicio vertiginoso de matemáticas complejas, lo que aparentemente reduce la naturaleza de la realidad a un conjunto de ondas electromagnéticas que se concretan en objetos por mediación del cerebro.
Edgar Morin, entre otros,
explica muy bien estos procesos en su obra El Conocimiento del Conocimiento y
concluye: el cerebro se ha construido en el mundo y ha reconstruido el
mundo a su manera dentro de sí, por lo que el mundo está en nuestro espíritu,
que a su vez está en el mundo.
Aunque no es la
única lectura posible, lo que explica Morin es un buen resumen del argumento
básico de la película y una posible explicación de su mensaje porque, si damos
por ciertos estos supuestos, realmente estamos adentrándonos en la próxima
evolución de nuestra especie.
3.
Filosofía de la ciencia
La filosofía de la ciencia constituye
un campo de investigación relativamente joven y en constante expansión, un
campo cuya fecundidad y relevancia responden a la naturaleza misma de su objeto
de estudio. La reflexión crítica sobre la ciencia, así como una adecuada
valoración de su impacto social y ambiental, exigen considerar el fenómeno
científico en toda su complejidad, analizando sus diversas dimensiones y contextos.
Durante la primera mitad del siglo
XX, los filósofos clásicos de la ciencia se enfocaron en los productos o
resultados científicos, concentrando el análisis en cuestiones que atañen a las
hipótesis y teorías que constituyen “conocimiento”: los métodos de prueba, los
estándares de evaluación, la relación entre teoría y experiencia, la estructura
lógica de las leyes y teorías, los modelos de explicación y predicción, la
naturaleza del lenguaje de la ciencia, etc.
Este conjunto de cuestiones, que caen
bajo el “contexto de justificación”, nos remite a las dimensiones lógica,
metodológica, epistemológica, ontológica y semántica de la ciencia, dimensiones
que además de constituir el núcleo duro del análisis filosófico, desembocan en
problemas de calado profundo como, por ejemplo, el problema de la racionalidad
científica o el problema de la relación entre nuestro conocimiento y el mundo.
En los años sesenta, la filosofía de la ciencia amplía su horizonte de reflexión al considerar el proceso de producción de conocimiento en sus diversos aspectos. Este interés por los modos de hacer ciencia -por la actividad científica- surge con el reconocimiento de los cambios profundos que han marcado su desarrollo histórico, no sólo en el nivel de las teorías sino también en el de los métodos y los objetivos de la investigación.
En los años sesenta, la filosofía de la ciencia amplía su horizonte de reflexión al considerar el proceso de producción de conocimiento en sus diversos aspectos. Este interés por los modos de hacer ciencia -por la actividad científica- surge con el reconocimiento de los cambios profundos que han marcado su desarrollo histórico, no sólo en el nivel de las teorías sino también en el de los métodos y los objetivos de la investigación.
De aquí que la tarea de construir
modelos de la dinámica científica haya adquirido un lugar central. Desde luego,
a esta ampliación de la agenda filosófica contribuyeron tanto la consolidación
de los estudios historiográficos como el desarrollo de otros estudios empíricos
sobre la ciencia (sociológicos, psicológicos, antropológicos, evolutivos), con
lo cual se abrió el camino hacia la “naturalización” de la filosofía de la
ciencia.
Finalmente, la creciente vinculación
entre ciencia y tecnología, además de estar generando un nuevo modo de
investigar, ha permitido destacar el papel que cumplen los procesos de
comunicación no sólo en el desarrollo mismo del conocimiento, sino también en
la conformación del tipo de sociedad en que vivimos. Paralelamente, el impacto
de largo y variado alcance de las aplicaciones tecno-científicas nos ha
obligado a repensar la dimensión axiológica de esta actividad, sobre todo en su
sentido moral y político, así como a rastrear en el tipo de valores que
promueve en la esfera pública.
En suma, el universo en expansión de
la filosofía de la ciencia, junto con la batería de herramientas conceptuales
que en él se han ido forjando, hacen de este campo de investigación una
plataforma muy adecuada para abordar las diversas facetas de “esa cosa llamada
ciencia”. De aquí que la filosofía de la ciencia, además de columna vertebral
de este posgrado, constituya ella misma una línea de especialización.
4. Filosofía de la ciencia
La filosofía de la ciencia investiga
el conocimiento científico y la práctica científica. Se ocupa de saber, entre
otras cosas, cómo se desarrollan, evalúan y cambian las teorías científicas, y
de saber si la ciencia es capaz de revelar la verdad de las «entidades ocultas»
(o sea, no observables) y los procesos de la naturaleza. Son filosóficas las
diversas proposiciones básicas que permiten construir la ciencia.
Ejemplos:
§ La realidad existe de manera independiente de la
mente humana
§ La naturaleza es
regular, al menos en alguna medida (tesis ontológica de legalidad).
§ El ser humano es
capaz de comprender la naturaleza (tesis gnoseológica de inteligibilidad).
Si bien estos supuestos metafísicos
no son cuestionados por el realismo científico, muchos han planteado serias
sospechas respecto del segundo de ellos1 y numerosos filósofos han puesto en
tela de juicio alguno de ellos o los tres. De hecho, las principales sospechas
con respecto a la validez de estos supuestos metafísicos son parte de la base
para distinguir las diferentes corrientes epistemológicas históricas y
actuales. De tal modo, aunque en términos generales el empirismo lógico
defiende el segundo principio, opone reparos al tercero y asume una posición
fenomenista, es decir, admite que el hombre puede comprender la naturaleza
siempre que por naturaleza se entienda "los fenómenos" (el producto
de la experiencia humana) y no la propia realidad.
En pocas palabras, lo que intenta la filosofía
de la ciencia es explicar problemas tales como:
la naturaleza y la obtención de las
ideas científicas (conceptos, hipótesis, modelos, teorías, paradigma,
etc.);
la relación de cada una de
ellas con la realidad;
cómo la ciencia describe,
explica, predice y contribuye al control de la naturaleza (esto último en
conjunto con la filosofía de la tecnología);
la formulación y uso del
método científico;
los tipos de razonamiento
utilizados para llegar a conclusiones;
las implicaciones de los
diferentes métodos y modelos de ciencia.
La filosofía de la ciencia comparte
algunos problemas con la gnoseología -la teoría del conocimiento- que se ocupa
de los límites y condiciones de posibilidad de todo conocimiento. Pero, a
diferencia de ésta, la filosofía de la ciencia restringe su campo de
investigación a los problemas que plantea el conocimiento científico; el cual,
tradicionalmente, se distingue de otros tipos de conocimiento, como el ético o
estético, o las tradiciones culturales.
Algunos científicos han mostrado un
vivo interés por la filosofía de la ciencia y algunos como Galileo Galilei,
Isaac Newton y Albert Einstein, han hecho importantes contribuciones. Numerosos
científicos, sin embargo, se han dado por satisfechos dejando la filosofía de
la ciencia a los filósofos y han preferido seguir haciendo ciencia en vez de
dedicar más tiempo a considerar cómo se hace la ciencia. Dentro de la tradición
occidental, entre las figuras más importantes anteriores al siglo XX destacan
entre muchos otros Platón, Aristóteles, Epicuro, Arquímedes, Boecio, Alcuino,
Averroes, Nicolás de Oresme, Santo Tomas de Aquino, Jean Buridan, Leonardo da
Vinci, Raimundo Lulio, Francis Bacon, René Descartes, John Locke, David Hume,
Emmanuel Kant y John Stuart Mill.
La filosofía de la ciencia no se
denominó así hasta la formación del Círculo de Viena, a principios del siglo
XX. En la misma época, la ciencia vivió una gran transformación a raíz de la
teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica.
Entre los filósofos de la ciencia más
conocidos del siglo XX figuran Karl R. Popper y Thomas Kuhn, Mario Bunge, Paul
Feyerabend, Imre Lakatos, Ilya Prigogine, etc.