sábado, 18 de abril de 2020


La tentación de  existir                          
A  William

Estas notas componen un soliloquio íntimo, febril, hereje, ignífero e imperdonable, que tal vez causará escozor y despertará       susceptibilidades.

Su lectura suscitará desconcierto, ira, desafectos, indisposición, fuertes impulsos emocionales y un ligero sabor amargo en la boca, ante lo cual nada puedo hacer. Podrás considerar el texto de injusto, tendencioso y sacrílego, yo lo considero un Monólogo mortificante. Diríase que es un texto dentro de la “irreductible pluralidad de juegos del lenguaje”. Así que no escribo para satisfacciones ajenas, ni siquiera propias.

Intento, eso sí, una catarsis espiritual, aliviar por un momento mis tormentos, aligerar mi estado compulsivo.

Todo es producto de esta maldita e inevitable trasformación, en virtud de las experiencias pérfidas que me acompañan (pensemos en Gregorio Samsa, el Doctor Jekyll y Mr. Hyde o en Peter Schlemihl).

Así que no busco la redención, el perdón ni el indulto de mi condena, no me considero inocente; ¡aquí nadie lo es!

¿Qué pretendo? ¡Mi liberación!
De un        cúmulo de represiones, adicciones,   perversiones, matices y desfiguraciones soterradas, sentimientos de culpa. Notarás que los achaques del alma no son fáciles de soportar, son perennes, por lo tanto, incurables. 

Pretendo evitar una irreversible psicosis maníaco-depresiva, de por sí liberadora.

Todo es un reto, un desafío, cada acto,
cada relación, cada mirada, cada maldito día.

Freud manifestó que los reproches y acusaciones contra otros es una explícita confirmación de la presencia de malestares, angustias y recriminaciones contra sí mismo; en mi caso, es cierto.
¿Cómo negarnos a esculpir en el rostro maleficente del sarcasmo?

Bajo el efecto del brebaje quimérico de la existencia, ese que deja una huella imborrable en el espíritu, intento refugiarme en mi locura, en mi silencio, en los textos. Divagar en la profundidad de la noche, extraviarme en mi soledad sin agotar el ímpetu para evitar caer en el hastío, la frustración y el desengaño, ese que queda después de un orgasmo, donde se siente cierta aversión de sí mismo.

… ¿Qué atormenta mi espíritu?
Mi androfonomanía, el taedium vitae cotidiano, la malograda subsistencia, el gulag mental, el sarcasmo en cada relación, mi tendencia xenófoba, mi estado febril, delirante y catatónico. Nunca hubo buenos tiempos, sólo efímeros momentos de frenesí, aquellos que logran desvanecer por unos breves instantes las tinieblas.  Estoy justo al borde del abismo, donde los malditos como yo, conformamos un grupo de bohemios soñadores; inolvidables, perdurables en el silencio, aletargados en la muchedumbre, tal cual, febriles y volátiles, inexorables, ausentes, irredimibles, pragmáticos y renegados. Llevo esa marca indeleble en mi memoria, en el corazón, en mi orgasmo, en el halo, es inocultable y vehemente. Ustedes, nos miran con recelo, desconcertados. 

¿Qué esperaban?         
¿Escapar de la condena existencial sin cumplir la sentencia?

La falta de dignidad impide socratizar nuestra última acción…Se requiere humildad y dignidad, no orgullo sino fortaleza
Carezco del asco social de Pavesse y del desespero de Mayakovsky.

 Quedan las pesadillas.
                                                 Los sueños...se han desvanecido.
                                        
 ¡Alea jacta est!     
                                          
Adrián Zek



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