La tentación de existir
A William
Estas notas componen un soliloquio íntimo, febril,
hereje, ignífero e imperdonable, que tal vez causará escozor y despertará susceptibilidades.
Su lectura suscitará desconcierto, ira, desafectos,
indisposición, fuertes impulsos emocionales y un ligero sabor amargo en la
boca, ante lo cual nada puedo hacer. Podrás considerar el texto de injusto,
tendencioso y sacrílego, yo lo considero un Monólogo
mortificante. Diríase que es un
texto dentro de la “irreductible
pluralidad de juegos del lenguaje”. Así que no escribo para satisfacciones ajenas,
ni siquiera propias.
Intento, eso sí, una catarsis espiritual, aliviar por un
momento mis tormentos, aligerar mi estado compulsivo.
Todo es producto de esta maldita e inevitable
trasformación, en virtud de las experiencias pérfidas que me acompañan
(pensemos en Gregorio Samsa, el Doctor Jekyll y Mr. Hyde o en Peter Schlemihl).
Así que no busco la redención, el perdón ni el indulto de
mi condena, no me considero inocente; ¡aquí nadie lo es!
¿Qué pretendo? ¡Mi liberación!
De un cúmulo
de represiones, adicciones,
perversiones, matices y desfiguraciones
soterradas, sentimientos de culpa. Notarás que los achaques del alma no son
fáciles de soportar, son perennes, por lo tanto, incurables.
Pretendo evitar una irreversible psicosis
maníaco-depresiva, de por sí liberadora.
Todo es un reto, un desafío, cada acto,
cada relación, cada mirada, cada maldito día.
Freud manifestó que los reproches y acusaciones contra
otros es una explícita confirmación de la presencia de malestares, angustias y
recriminaciones contra sí mismo; en mi caso, es cierto.
¿Cómo negarnos a
esculpir en el rostro maleficente del sarcasmo?
Bajo el efecto del brebaje quimérico de la existencia,
ese que deja una huella imborrable en el espíritu, intento refugiarme en mi
locura, en mi silencio, en los textos. Divagar en la profundidad de la noche,
extraviarme en mi soledad sin agotar el ímpetu para evitar caer en el hastío,
la frustración y el desengaño, ese que queda después de un orgasmo, donde se
siente cierta aversión de sí mismo.
… ¿Qué atormenta
mi espíritu?
Mi androfonomanía, el taedium vitae cotidiano, la
malograda subsistencia, el gulag mental, el sarcasmo en cada relación, mi
tendencia xenófoba, mi estado febril, delirante y catatónico. Nunca hubo buenos
tiempos, sólo efímeros momentos de frenesí, aquellos que logran desvanecer por
unos breves instantes las tinieblas.
Estoy justo al borde del abismo, donde los malditos como yo, conformamos
un grupo de bohemios soñadores; inolvidables, perdurables en el silencio,
aletargados en la muchedumbre, tal cual, febriles y volátiles, inexorables,
ausentes, irredimibles, pragmáticos y renegados. Llevo esa marca indeleble en
mi memoria, en el corazón, en mi orgasmo, en el halo, es inocultable y
vehemente. Ustedes, nos miran con
recelo, desconcertados.
¿Qué esperaban?
¿Escapar de la
condena existencial sin cumplir la sentencia?
La falta de
dignidad impide socratizar nuestra última acción…Se requiere humildad y
dignidad, no orgullo sino fortaleza
Carezco del asco
social de Pavesse y del desespero de Mayakovsky.
Quedan las pesadillas.
Los sueños...se
han desvanecido.
¡Alea
jacta est!
Adrián Zek
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