El arte de filosofar
Leonard Nelson
Para muchos, la palabra
«filosofía» no suena muy bien. Hay quienes consideran que se trata de una
meditación poco pragmática, apropiada tal vez para los antiguos griegos o para
la lejana y legendaria India, aunque en una época en que los logros de la
civilización han llegado a lo más alto, la filosofía puede parecer un ejercicio
intelectual que, si no distrae, es como mínimo inútil. Otros no quieren tener
nada que ver con los filósofos porque dudan de que esta empresa sea científica,
que no es más que una débil especulación cuyos resultados no soportan una
crítica cuidadosa. Pero, por otra parte, hay que decir que el desdén por la filosofía
ya ha llegado a su punto más alto: las cuestiones filosóficas, una vez más, están
empezando a despertar un interés cada vez mayor.
Está haciendo falta una actitud
unitaria hacia la vida y la naturaleza. Sin embargo, aunque esta necesidad de
la filosofía (que sobre todo es una necesidad de estabilidad interior y de un criterio
con el que guiar nuestra vida personal) nos da un indicio -por su universalidad-
de su importancia para asumir la existencia humana completo, y aunque pueda
tener éxito en recobrar parte de su antigua dignidad, los hombres de ciencia
continúan desconfiando de los procedimientos de los filósofos y reclaman un lugar
entre ellos. El impulso filosófico a menudo adopta variadas y extrañas formas para
alcanzar la verdad, y a veces prosigue su camino de manera titubeante y sin un
método preciso, y eso es precisamente lo que caracteriza a las demás ciencias y
lo que debe exigírsele a una ciencia, si quiere tener el derecho legítimo de
ser etiquetada como tal.
¿Cuál es entonces la naturaleza
de eso que llamamos filosofía y cuya investigación decidirá si merece tener (o
no) un lugar entre las ciencias? Si no estamos dispuestos a malgastar nuestras
energías en una inútil batalla dialéctica, debemos ponernos de acuerdo sobre el
significado que habría que darle al término «filosofía», porque si cada uno le
damos un significado diferente, no debemos sorprendernos si no alcanzamos
ninguna unanimidad.
El contenido de la
filosofía (si la filosofía existe como tal) debe ser verdad. Pero no a la
inversa. No toda verdad es filosófica, porque el relato fidedigno de una observación
también es verdadero, tal como sucede con las proposiciones matemáticas. La
verdad filosófica debe diferenciarse de algún modo de otras verdades. Pero lo
que la diferencia se encuentra en el hecho de que la verdad filosófica
únicamente se hace evidente a través del pensamiento. No calificamos de filosófico
al conocimiento que se conoce independientemente del pensamiento. Por otra
parte, todo conocimiento que se conoce a través del pensamiento es de naturaleza
filosófica. Hay dos formas de encontrar una verdad a través del pensamiento.
En una de éstas, lo que
pensamos de un objeto es simplemente aquello que está implícito en el concepto
del objeto. En otras palabras, el predicado por el que definimos el objeto en
nuestra mente no puede omitirse sin que de este modo anulemos el concepto del
objeto. Por ejemplo, el conocimiento de que el número dos es un número par, o
de que no debemos violar las obligaciones que tenemos con nosotros mismos es de
esta clase. Los juicios que no contienen ningún conocimiento que vaya más allá
del concepto de su objeto se llaman analíticos, y esa parte de la filosofía que
incluye solamente juicios analíticos se llama lógica.
Todos los otros juicios, a
saber, aquellos con los que atribuimos un predicado a un objeto que no está
implícito en el concepto, se llaman sintéticos. Por ejemplo, el juicio «esta rosa es blanca» es un juicio
sintético, puesto que podríamos pensar que esta rosa no es blanca. De la misma
manera, el juicio «los lados contrarios de un rectángulo equilátero son
paralelos» es sintético, puesto que el paralelismo de los lados contrarios no
se deduce del mero concepto de rectángulo equilátero.
Ahora podría parecer que
todos los juicios filosóficos tienen que ser analíticos (de hecho, la ilusión
persistió hasta Kant), ya que todo conocimiento derivado del pensamiento es
conocimiento a través de conceptos y, consecuentemente, parecería que el
conocimiento puede ser filosófico solamente en tanto en cuanto que procede de
conceptos. Sin embargo, aunque sea cierto que todos los juicios analíticos (tal
como hemos definido la palabra) son filosóficos, de ello no se sigue que todos
los juicios filosóficos deban ser analíticos. Hay que decir por ello que la
cognición se hace evidente únicamente a través del pensamiento, algo bastante
distinto que sólo se fundamenta en el pensamiento.
Por consiguiente, no es
imposible que los juicios sintéticos sean de naturaleza filosófica. Todos nosotros estamos tan familiarizados con
ellos que no nos molestamos en tenerlos en cuenta. Así, en el caso de los
juicios más simples que se basan en la experiencia, presuponemos que ningún
cambio sucede sin causa. Esta proposición enuncia una verdad filosófica, ya que
es evidente que no puede derivarse de una intuición. Sin embargo, es un juicio
sintético, puesto que no hay nada en el mero concepto de cambio que implique la
necesidad de una causa. O para dar un ejemplo bastante diferente: cuando
afirmamos que el crimen debería ser castigado, estamos de nuevo expresando de
hecho un juicio filosófico sintético. El significado de esta cuestión varía
dependiendo de lo que nos motive a tomar un interés activo en la filosofía.
Podría ser que la verdad de una proposición de filosófica nos interese por su
importancia para nuestra concepción de la vida y de la naturaleza. O podemos
investigar las relaciones entre las verdades filosóficas y el origen de las que
derivamos nuestra comprensión de ella.
Fragmento extractado de: El
Búho.
Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía.
www.elbuho.aafi.es
Traducción de Ascensión Marcelino y Gabriel Arnaiz
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