En Colombia falta enseñar a pensar
Semana Educación
La mayoría de los
colegios aseguran que forman en pensamiento crítico. Sin embargo, las normas
internas de las escuelas demuestran que su alcance es limitado. ¿Por qué?
Las
instituciones educativas anuncian con carteles los méritos de su sistema de
enseñanza. Dentro de las características, sostienen que el colegio es bilingüe,
mixto y que forma a jóvenes con pensamiento crítico. Abajo de las vallas
informan que las inscripciones están abiertas y cuando los padres van a las
inducciones para conocer el colegio en el que pagarán bonos y matrículas, les
exponen sólidos argumentos para hacerlo. Por ejemplo, les describen la
importancia de un segundo idioma en un mundo global, enumeran las ventajas de
convivir con personas del otro sexo, y además, les explican cómo formar las
estructuras de pensamiento.
Cuando
los colegios exponen con orgullo su pedagogía se precian de la enorme distancia
que los separa de los métodos tradicionales. La influencia de las teorías
modernas del aprendizaje los aleja de los dictados y la memorización para
formar los procesos de pensamiento, según lo sostiene el investigador en
educación Eleazar Narváez en un artículo. La pedagogía se basa en la resolución
de problemas y en el desarrollo del pensamiento, de acuerdo a los
requerimientos nacionales e internacionales. Así funcionan las pruebas
estandarizadas, como Pisa y Saber, y los sistemas más exitosos como Singapur,
Shanghái, Finlandia o Nueva Zelanda: evalúan las competencias y habilidades,
más no los conocimientos.
Discurso y práctica
“Decir
que forman el pensamiento crítico hace parte de la enumeración de frases
publicitarias, como por ejemplo, que educan niños felices y solidarios que
desarrollan libremente su personalidad. Sin embargo, las instituciones no
necesariamente cumplen los lemas del mercadeo. Por ejemplo, es común que
impongan modelos de conducta e incluso de sexualidad”, aseguró un profesor de
Literatura. La situación que describe el maestro no se aleja de la verdad en
algunas instituciones. En una investigación publicada en Semana Educación se
encontraron casos en los que manuales de convivencia llamaban a la
homosexualidad una práctica aberrante y la consideraban como una falta grave
que era un motivo de expulsión.
La
profesora de estudios curriculares y desarrollo docente de la Universidad de
Toronto Kathy Bickmore le aseguró a Semana Educación que no se puede pretender
cultivar la democracia y la cultura para la paz en ambientes autoritarios que
imponen dogmas. Lo mismo puede plantearse en cuanto al pensamiento crítico,
“¿cómo es posible desarrollarlo?”, se preguntó retóricamente, “si las
instituciones educativas asignan cuáles son comportamientos correctos y en qué
consisten las pautas preestablecidas; ¿cómo construir criterio cuando el
discurso contradice a la práctica?”, se cuestionó.
Una
cosa es lo que se dice y otra cosa es lo que se hace. Un maestro de Ética de
Bogotá le aseguró a Semana Educación que cuando empezó a trabajar le dijeron
que tenía que formar las estructuras de pensamiento, que ese era uno de los
objetivos pedagógicos de la institución, no obstante, nunca explicaron a qué se
referían exactamente; tampoco le dieron instrucciones sobre cómo enseñarlo, ni
le suministraron materiales didácticos para hacerlo. Simplemente asumieron que
se haría naturalmente.
Formar para pensar
Lo
que hay que preguntarse es qué significa pensar críticamente. Según Rafael
Silva, director de la maestría de estudios sociales de la Universidad Icesi, se
trata de la capacidad que tiene un individuo para pensar los fenómenos
sociales, políticos, geográficos y ambientales a los que se enfrenta, con
criterio propio, informado y con una capacidad de análisis que le permita
apreciar las diferentes formas de pensar. El pensamiento crítico implica una
reflexión en su contexto, que lo pueden llevar a tomar distancia y que lo
convierte en un sujeto pensante. Por otra parte, según la Fundación del
Pensamiento Crítico es necesario desarrollar tres partes, la toma decisiones
para resolver problemas; el ejercicio de análisis, argumentación e inferencia;
y la capacidad de clasificar la información.
El
pensamiento crítico está atado con la educación liberal, para que no solo se
tengan conocimientos, sino que se sea un sujeto político, un ciudadano. “Pero
lo que hemos visto en el plebiscito, por ejemplo, demuestra la gran falencia de
la educación colombiana: poco se ha logrado. Los ciudadanos no decidieron
racionalmente”, afirmó Silva. Muchas de las personas que votaron por el sí o
por el no, aseguró, votaron por la propaganda. “No se atrevieron a confirmar, a
contrastar con sus propios prejuicios morales o políticos”, aseguró. Es
necesario tomar distancia para analizar si uno está en lo cierto, contrastar la
información de los medios, de las redes sociales.
¿Por
qué es difícil enseñarlo?
La
principal dificultad es que los profesores no pueden enseñar lo que no saben
hacer o no hacen cotidianamente. Pensar sopesando los diferentes puntos de
vista, analizar los argumentos del otro, contrastar información antes de asumir
una posición, es un hábito que no todos los maestros tienen en su vida ni en
las clases. Según Jorge Bueno, director del Instituto de Astrobiología, en
muchas instituciones los conocimientos no se aprenden con la exploración, sino
con el dictado de fórmulas; los profesores enuncian verdades en las clases y
esperan que los estudiantes las escriban en sus cuadernos. A pesar de que
afirman que forman con métodos modernos, en las evaluaciones censuran los
errores, es decir, castigan cuando no repiten la información correctamente.
Según
un profesor de Filosofía, en especial los profesores de Ciencias y Matemáticas
demuestran un ligero desprecio por las humanidades porque no son
suficientemente rigurosas. “Muchos maestros entiende la seriedad disciplinar
asociada con el número de estudiantes rajados y pocas veces proponen un
acercamiento diferente, crítico, que analice desde la distancia su disciplina y
su sociedad” según afirmó. Solo se esfuerzan por cubrir temas, evaluar, dictar
más contenidos y volver examinar. No establecen un diálogo entre la disciplina
y la sociedad, como por ejemplo, con los problemas que implica la energía
nuclear, aseguró Bickmore.
“En
mi experiencia como educador de profesores veo que hay mucha homogeneidad entre
los estudiantes. Les cuesta hacer análisis y reflexiones profundas”. Así afirmó
un profesor de Historia de la Universidad Pedagógica. Lo que está ocurriendo,
aseguró, es que en las universidades que forman profesores se ha creado una
cultura de adoctrinamiento ideológico.
En la Distrital y en la Pedagógica se ha
impuesto el <mamertismo>. Expresan que hay unos personajes
intrínsecamente malos”, sin embargo, “cuando uno les pregunta por qué son tan
perversos simplemente lo desconocen”. Les cuesta establecer relaciones,
argumentar, y pensar por sí mismos. Entonces, cuando enseñan suelen dar fechas,
exponer datos, pero sin contexto, sin análisis y eso es lo que transmiten en el
aula.
La
situación ha llevado a un cuello de botella. La educación tiene que ver con
inculcación de hábitos. Uno enseña si uno tiene esos hábitos, si esa
disposición no está inculcada, es muy difícil enseñarlos. En el aula, los
profesores deben ejercitar, aprender a tomar distancia: aprender argumentar, a
sopesar las opiniones del otro. No es una cuestión cognitiva: debe ser un
hábito en la vida diaria.
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